La última jugada de la vida
Un álgido alfil cortaba mi camino, sobre el suelo pavimentado de blanco y negro mi cara vi reflejada, con un movimiento lentamente articulado mi oponente hizo que su caballo cabalgara hacia mi reina, figura de libre albedrío la cual recorre a su antojo la pequeña tabla, en mis pasos hube de volver y en un acto de heroicidad un débil peón salvo mi pellejo, cuanto le he de agradecer que su muerte pagara mi precio. En ese instante mis torres cayeron como castillos de naipes que suben hasta el cielo, solo me quede en el mundo custodiado por dos peones que aguerridos habían sobrevivido, mi mente ya obtusa no entendía de estrategias y la fina maya que describen los cuadros del tablero parecían barrotes en mi encierro.
Bajo el horizonte que observa el controlado rey, surgían de la horizontal línea blanca los tambores, estruendosos sonidos de guerra que de otro jugador hacían gala ¿Qué me quedaba ya entonces? Yo te lo digo, nada, toda partida tiene el mismo final escrito, cuando es dios el jugador que las otras piezas señala, pues al final del limpio combate el decide quien gana.
